Una simple pregunta llevó a un fragmento de Historia que le cambió la forma en que un niño llegó a percibir la vida siendo adulto.
Por Joaquín Campos
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Sentados en el tronco seco de un árbol de Huanacaxtle, le
hice una pregunta a mi padre: ¿Qué era Los Ángeles ´84’? Él, que siempre buscó
que mis hermanas y yo practicáramos algún deporte de alto rendimiento, constantemente
nos observaba y creyó encontrar nuestro talento deportivo. Descartó el boxeo y
el futbol para mi y consideró a una de mis hermanas apta para las carreras cortas
de velocidad y la segunda de ellas huía de los balones.
Pero cuando le pregunté sobre Los Ángeles ´84, sus ojos se
le abrieron llenos de algún tipo de ilusión. Tenía 8 años, así que era posible
que algún día terminara practicando algún deporte en la élite mundial… me
decanté por el atletismo de medio fondo y no pasé de representar a las
instituciones educativas donde estudiaba. Lo más cercano a un evento olímpico
que estuve, fueron las pruebas de un pre – olímpico al que no asistí por varios
factores.
Era la primavera de 1984 y las radios de los vecinos no
dejaba de escucharse los spots que anunciaban los próximos juegos veraniegos. Cuando
prendíamos el televisor en casa de la abuela, en los comerciales de los juegos
olímpicos aparecían imágenes de deportes que yo no conocía: por la careta que
recuerdo, creo que era esgrima, por los caballos ahora puedo decir que se
refería a la equitación, y otros tantos deportes de los que me acuerdo nebulosamente.
Mi padre practicó el beisbol muchos años, pero en esos días lo
practicaba como relevista; creo que debió emocionarse al hablar sobre
diferentes delegaciones de atletas representando a sus países para llevarse una
medalla olímpica por ganar en futbol, marcha, carreras de velocidad y fondo,
voleibol, basquetbol, saltos, lanzamientos, boxeo, y no sé cuántos otros
deportes más.
Pero lo que en verdad llamó mi atención esa tarde, fue un
comentario que hizo sobre la Historia de México en forma de pregunta: “¿Sabes
que Los Ángeles pertenecía a México y que los ´gringos´ nos lo quitaron?”
-
¿Cómo? – Pregunté con esa rabia que caracteriza
a niños de esa edad.
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Si… Los Ángeles está en un territorio de un día
le perteneció a México. Los Estados Unidos le hicieron la guerra a México y
le quitaron no solo esa ciudad, sino la mitad del territorio que le
pertenecía a nuestro país.
Me contó más detalles, pero el hecho de que nos quitaron el estado de California y otros más, me marcó para siempre. El nacionalismo con que me contó esa historia hizo que guardara un resentimiento hacia todo lo que los norteamericanos representan. En esos días mi padre simpatizaba con un partido político, el Popular Socialista, era la recta final de la guerra fría y el neoliberalismo comenzaba a inundar al mundo. Todos esos factores encendieron el patriotismo que transmitió a mi corazón.
Ahora que soy docente de Historia, creo que los que tenemos
esta noble labor, debemos tener sumo cuidado de cómo enseñamos esta clase. Si alguien
considera que las clases de Historia no tienen trascendencia, en menos de una
hora de historia deportiva y de México, nunca logré aprender el inglés, veo
con cierto recelo a los americanos que visitan el país, no se diga cuando
leo o escucho noticias sobre economía, geopolítica, migración y la actuación
norteamericana afecta a nuestra nación.
Está demás señalar una lectura que encontré hace algunos
días, donde Florescano (1999) cita a Ferro, quien considera que “la imagen que
tenemos de otros pueblos, y hasta de nosotros mismos, está asociada a la
Historia tal como se nos contó cuando éramos niños. Ella deja su huella en
nosotros para toda la existencia.”
A partir de la lectura de este fragmento, he buscado las
estrategias, las metodologías, los recursos, las técnicas para mejorar mi práctica
docente y no contaminar la percepción de la vida de tantos niños y adolescentes
que pasan en mi aula.
Referencias:
Florescano, E. (1999) Para qué enseñar la historia. Revista
Nexos. 1° de mayo, 1999. Recuperado de: https://www.nexos.com.mx/?p=9250