En la Educación Adventista, las materias comunes —aquellas que a menudo pasan desapercibidas por considerarse básicas o “simples”— cobran un significado extraordinario. Mucho más que herramientas académicas, lectura, escritura, matemáticas y otras disciplinas fundamentales se convierten en instrumentos para desarrollar el pensamiento, fortalecer el carácter y preparar al estudiante para un servicio significativo.
La educación adventista busca restaurar en el ser humano la imagen de Dios, desarrollando armoniosamente las facultades físicas, mentales, sociales y espirituales. Esta visión integral no se limita a la transmisión de conocimientos religiosos, sino que abarca todas las áreas del saber como medios para servir a Dios con excelencia. En este contexto, las llamadas “materias comunes” —lectura, escritura, gramática, ortografía, matemáticas, contabilidad (llevar cuentas), entre otras— adquieren un valor especial, pues constituyen el fundamento sobre el cual se edifica toda formación intelectual y espiritual.
Elena G.
de White, en Consejos para los Maestros, Padres y Alumnos (pp. 206–210),
advierte que la verdadera educación debe comenzar “con el peldaño inferior de
la escalera”. Ella subraya que muchos estudiantes fracasan en los estudios
superiores y en la vida práctica porque descuidan una preparación sólida en las
materias elementales. En otras palabras, no se puede alcanzar la sabiduría
celestial sin antes dominar las herramientas básicas de la comunicación y el
pensamiento. La ortografía, la lectura comprensiva, la expresión oral y
escrita, y el manejo de los números no son simples destrezas técnicas, sino
instrumentos que permiten al ser humano pensar con claridad, comunicar la
verdad y servir con eficacia.
Desde la
perspectiva adventista, las materias comunes tienen un propósito misionero.
White señala que quienes se preparan para servir en la causa de Dios quedarán
“privados de la mitad de su influencia” si no aprenden a hablar y escribir con
claridad. El dominio del lenguaje y de las operaciones básicas en la vida
práctica, fortalecen la capacidad de influir positivamente, de enseñar la
verdad de manera convincente y de representar dignamente el carácter de Cristo
ante el mundo. De ahí que, aprender a hablar correctamente, escribir con
propiedad y administrar con honradez son, en esencia, actos de mayordomía
del intelecto y del carácter.
Asimismo,
estas materias promueven la formación del carácter y la disciplina mental,
principios centrales de la Educación Adventista. El esmero en la lectura, la
precisión en la escritura o el orden en los cálculos contables enseñan perseverancia,
exactitud, responsabilidad y respeto por la verdad. Estos valores reflejan el
orden divino y preparan al estudiante no solo para el éxito académico, sino
también para una vida de servicio útil y fiel.
Por
tanto, la inclusión y fortalecimiento de las materias comunes en el currículo
no son un retroceso académico, sino una afirmación del ideal redentor de la Educación
Adventista. Estas asignaturas constituyen los cimientos del pensamiento profundo,
la comunicación eficaz y la fidelidad práctica, cualidades esenciales para
quienes han de ser “colaboradores de Dios” (1 Cor. 3:9). Enseñarlas con
oración, calidad y propósito verdadero, es cumplir con el mandato divino de
educar para esta vida y para la eternidad.