¿Qué habría hecho usted? ¿Habría tirado del gatillo? ¿Se opondría a la orden de un superior durante un enfrentamiento real?
Por Joaquín Campos
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Esa tarde pasé por su casa, que me queda de paso al campo deportivo de beisbol, donde solía entrenar atletismo y mantenerme en forma ante cualquier convocatoria que apareciera y poder competir. Me llamó la atención verlo meditabundo, con la vista clavada en el suelo, sentado en un taburete bajo el árbol de mango que está en medio del patio de la casa donde vivía.
Siempre que pasaba por allí, lo veía llevando agua al bebedero de las pocas vacas que su papá tenía en un improvisado corral, llevando leña al lugar dónde su mamá hacía las tortillas, desgranando maíz, limpiando el patio de las hojarascas que el viento desprendía de los árboles cercanos… en fin, siempre lo veía haciendo algo, pero no era propio de él jugar a ser un griego filosofando.
- Hey, viejo – le grité desde la calle, disminuyendo la intensidad de mis pasos –, ¿cómo estás?
Levantó la mirada, y cuando me vio, devolvió el saludo
levantando tantito la cabeza sin decir nada. Me detuve y, después de pensarlo
un par de segundos, entré al patio y le pregunté qué tenía, si pasaba algo con
él o con la familia. Se limitó a ver el casco militar que sobresalía de la
ventana de la habitación donde dormía.
- ¿Puedo? – le dije refiriéndome si podía pasar y tomar aquella pieza de su uniforme en la milicia. Cuando lo tomé, supe que ya no era un casco cualquiera. Era lo que le permitió mantenerse con vida durante la guerra contra el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Había un poco más de cinco esquirlas de bala incrustadas, que dan testimonio de lo cerca que estuvo de la línea de fuego.
- ¿Qué pasa viejo? ¿Hay algo que te gustaría platicar?
Comenzó a contar que cierto día, le dieron la orden a un
grupo de soldados, de salir a patrullar en una zona cercana al campamento donde
mantenían un control carretero. En el trayecto, los zapatistas, que mantenían
alguna especie de vigilancia en el camino, lanzaron un ataque al convoy de
unidades de motor del ejército. Las unidades más afectadas por la agresión,
fueron las que encabezaban la caravana, por lo que los soldados que venían en
las unidades de la retaguardia alcanzaron a tomar posición y repeler el ataque.
Es probable que la mala organización o la poca preparación
militar de los zapatistas, fue fácil para los efectivos militares rechazar el
fuego enemigo. Varios zapatistas causaron baja en el lugar, otros quedaron
heridos suplicando ayuda; algunos lograron huir de la zona. El capitán que
encabezaba el grupo de soldados ordenó la persecución de los zapatistas que se
adentraron en el bosque.
Fueron seguidos por espacio de media hora, subiendo y
bajando lomeríos en los Altos de Chiapas. De vez en cuando se escondían detrás
de los árboles de tallo ancho para hacer disparos y disuadir la persecución
militar. Cuando estaban por darles alcance, el grupo de zapatistas se introdujo
en una casa de maderas que encontraron a su paso, cerca de un arroyo.
Por radio, los soldados reportaron su ubicación y quedaron a
la espera de órdenes. En tanto que llegaban otros efectivos militares, montaron
una guardia, formando una especie de medialuna y cubrir los puntos ciegos por
donde los zapatistas intentaran escapar. Al poco rato llegó el capitán con las
órdenes de abrir fuego contra aquella casa con techo de lámina, pero los
primeros soldados en llegar, reportaron que escucharon los gritos de los
ocupantes de la casa cuando entraron los zapatistas.
No saber quienes estaban en casa, ya fueran niños o adultos,
hombres o mujeres, hizo que la estrategia de los hombres del ejército cambiara.
La guardia se extendió por un par de horas más. La neblina comenzó a bajar y
con ello la visibilidad iría disminuyendo. Estar apostados en el suelo cubierto
de hojas humedecidas por la lluvia matutina de ese día, no era fácil, aunque
debían estar entrenados los soldados para ello.
De repente detuvo su relato. Sus ojos se llenaron de
lágrimas de rabia, así lo decían el rechinar de sus dientes. Levantó su mirada
perdida en el espacio, mientras llenaba de aire sus pulmones.
- ¿Sabes? Pasamos cerca de tres horas esperando que alguien saliera, dispuestos a jalar del gatillo a cualquiera que se asomara de aquella casa. Esa era la orden. Pensé que se rendirían y saldrían con las manos en alto. Pero no lo hicieron, tampoco usaron sus armas en contra nuestra. Al poco rato comenzó a lloviznar y comencé a sentir frío. Yo estaba apostado del lado izquierdo de la casa y cuando menos lo pensé, salió corriendo un niño de ocho años. ¡Tírale! Gritó el capitán. ¡Jala del gatillo! ¡Soldado, es una orden!
- ¡Dime que no le hiciste caso!
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